Efesios 2. 8-9.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Por su humildad, el Señor Jesús pudo obtener nuestra redención. Él nos enseña y nos participa de su humildad, porque con ella mantenemos la victoria sobre el soberbio satanás y sobre el viejo y rebelde hombre carnal.
Tomemos su ejemplo de rendición y dependencia total al Padre, para que su obra siga realizándose en nosotros. ¡Su humildad nos salvó, y continúa perfeccionándonos a su imagen y semejanza! Requerimos de su abundante gracia para vivir cada día.
Santiago 4. 8-10. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. 9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. 10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
Padre, ¡cuán preciosos y llenos de luz son tus caminos y qué enredados y sombríos son los míos! En este momento cierro mis ojos y me rindo una vez más a ti. Aquí, en tu presencia. Creo y confío plenamente en ti. Te entrego mi vida. Enséñame a morir, para que tu Espíritu Santo me levante después a una vida nueva, llena de la luz de tu revelación, quitando todo velo de rebeldía, egoísmo y soberbia, que no me ha permitido ver toda toda tu bondad y gustar del descanso que traen a mi alma la humildad y la mansedumbre de Cristo. En el nombre de Jesús, amén.