La cura para el egoísmo y la avaricia es DAR, y hacerlo con generosidad. Quien da generosamente, da abundantemente. Desarrollemos esta cualidad distintiva de los hijos e hijas de Dios.
Lucas 21. 1-4.
Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. 2 Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. 3 Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. 4 Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía.
Una de las grandes recompensas de la generosidad es la satisfacción. Dar nos hace sentir felices. Esta sola razón es suficiente para seguir compartiendo, para ser liberados de toda idolatría a lo material. El contentamiento y la generosidad hablan de la comprensión que tenemos de que Dios es el dueño de todo lo que tenemos y que su naturaleza se refleja a través de nosotros al ser dadores. La primera vida que cambia al dar, es la nuestra.
Padre, gracias por la oportunidad que nos das cada día de ser inmensamente felices dando generosamente de la abundancia con que tu nos colmado. Hoy reconozco que has llenado mi vida con abundancia de salvación, ¡me hiciste tu heredero! Coheredero juntamente con Cristo de todas las riquezas de tu reino. Hoy te pido que abras mis ojos y mis sentidos espirituales a esta verdad. La viuda muy pobre dio todo su sustento como una ofrenda a ti, porque sabía quién eres, y puso su confianza en ti. Gracias por la revelación de la abundancia de tu reino en mi vida. Te pido perdón por la avaricia y la miseria en la que he vivido. Mi corazón está confiado en ti, en el nombre de Jesús, amén.