La paternidad viene a nuestra vida a través de una revelación del Espíritu Santo:
Gálatas 4. 6-7. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.
Su amor, echa fuera de nuestra vida todo temor, inseguridad, tristeza, decepción, dándonos la validación que nuestra vida necesita:
Romanos 11. 14-15. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.15Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
Padre, gracias porque tu paternidad me sana, me abraza, me sacia y llena de descanso y alegría mi alma. Gracias porque has hecho mi vida creativa, productiva, plena. No tengo temor de lo porvenir porque estoy firme, confiando en ti, porque tú tienes cuidado de mi. Hoy te entrego toda carga, preocupación, tristeza, ansiedad. Te entrego lo bueno y lo no tan bueno, para que tomes mis cargas y me guíes para salir de toda la aflicción en la que hoy me encuentro. Gracias porque siempre estás conmigo, ¿a dónde me iré de tu espíritu, y a dónde huiré de tu presencia? Si subo a los cielos, ahí estás, y si hago mi morada en el abismo, también estás ahí. De un extremo a otro del mar, me guía tu mano y me asirá tu diestra. Todo lo ves y siempre estás conmigo, no me dejarás ni me desampararás. Quiero vivir consiente de tu presencia siempre, para vivir en medio de tu manifestación en mi vida, amándote y obedeciéndote, para que puedas mostrar tu rostro a través de mi, dondequiera que vaya, en el nombre de Jesús, amén.