Dios no eligió venir al mundo como juez a ejecutar el castigo que merecíamos, decidió revelarnos su gracia y su verdad. Su gracia fue muy costosa, para dárnosla, tuvo que ir a la cruz y morir por cada uno; por eso el Verbo se hizo carne. Fue en la cruz, que la gracia se manifestó para bien de nosotros.
Hebreos 2. 14-15. Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
Hoy sabemos que podemos ir al Padre cualquiera que sea la condición en que nos encontremos, para ser ayudados: Podemos llegar sucios, quebrantados, heridos, enojados, confundidos o también contentos; al acercarnos a su trono de gracia en humildad, arrepentimiento y fe, recibiremos el socorro oportuno, a pesar de haber sido desobedientes, rebeldes o ingratos. Recordemos el hermoso momento en que el hijo pródigo regresa a su Padre.
Padre, gracias porque en tu gran amor me has recibido en tu casa con los brazos abiertos, sin reproches. Gracias porque me ves a través del sacrificio de Jesús en la cruz, limpio, como si nunca hubiera pecado y me vistes, me calzas y pones un anillo en mi dedo. Porque extiendes tu paternidad para mi, ya no soy más huérfano, soy tu hijo, tu heredero. Gracias porque tu aceptación y perdón han acabado con el ciclo de condenación y derrota y me dices: Ni yo tampoco te condeno, vete y no peques más. Gracias porque mi herencia ya no es la culpabilidad, el castigo y la condenación, sino la justicia, la paz y el gozo mediante Jesucristo. Hoy lo creo y lo recibo, en el nombre de Jesús, amén.