Es la certeza de lo que esperamos, la convicción de lo que Dios nos ha prometido, pero que aún no vemos. Es una creencia firme, un corazón que cree y confía en Dios y en sus promesas y que actúa en consecuencia. Abraham es considerado el padre de la fe.
Hebreos 11. 1. Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Dios es el objeto y el fin de nuestra fe. Una creencia correcta y verdadera en Dios y en su Palabra dará como resultado una vida en conformidad a su verdad, bendecida y plena. Necesitamos conocer a Dios y su Palabra hasta estar plenamente convencidos de su amor y bondad. Dios prometió a Abraham un hijo en su vejez y se lo cumplió, porque Abraham le creyó, tuvo fe.
Romanos 4. 19-22. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. 20 Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, 21 plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; 22 por lo cual también su fe le fue contada por justicia.
¡Creo en ti Padre! ¡Creo en tu palabra!¡Creo que eres poderoso para cumplir tus promesas. Toda mi vida depende de ti, está sostenida en mi fe en tu palabra. ¡Ayuda mi incredulidad! Tú ya me lo has dado todo. Hoy hago un compromiso contigo, de leer y meditar en tu palabra cada día, para que esa medida de fe que has puesto en mí, esa pequeña semilla de mostaza, crezca hasta ser un árbol frondoso dónde muchos puedan, como las aves lo hacen, refugiarse en la palabra que ha crecido en mi corazón por la revelación de tu Espíritu Santo, en el nombre de Jesús, amén.