El Espíritu Santo está aquí, en medio de nosotros. Es Dios que está presente. En pentecostés la deidad visitó al ser humano para llenarlo como se llenan de aire los pulmones. Somos llenos de la plenitud de Dios, podemos tener todo lo que seamos capaces de contener de Él.
Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;3y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.4Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
Hechos 2. 2-4.
Dios descendió en medio de nosotros y vino para quedarse. Muchas veces lo tratas como si estuviera ausente, lo desobedeces, lo apagas y le das un lugar secundario en tu corazón. Escuchas una conferencia acerca del Espíritu Santo y te propones aprender más y ponerlo por obra; pero pronto te olvidas. Lo resistes, pero, ¡Él está aquí hoy para convencerte.
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
Juan 16. 8.
Padre, ¡eres muy bueno! No solamente me diste a tu precioso Hijo para que que pudiera acercarme con confianza hasta tu trono, sino que me has dado el regalo de tu Espíritu Santo para que esté conmigo todo el tiempo. Hoy me postro delante de ti y te pido la llenura de tu Espíritu Santo. Como en pentecostés. Lléname de fuego, de pasión por amarte, servirte, entenderte, obedecerte, amar lo que amas. Gracias por una nueva vida, plena, llena del gozo de tu presencia, llena de tu amor, de tu guianza, de tu gozo. Respiro profundamente tu Espíritu Santo, mi vida se llena de ti y exhalo todo lo que mi precioso Señor Jesús ganó en la cruz para mí. En el nombre de Jesús, amén.