Hemos sido patícipes de cenas memorables, significativas, quizá la de tu boda, o un cumpleaños de alguien especial. Hemos preguntado si asistirán ciertas personas con las que no nos gusta socializar; pensamos en el vestuario (especialmente las damas), porque si encuentran a alguien vestida con la misma prenda, hasta querrán irse de la fiesta.
Muchas cenas pueden ser inolvidables, pero las más memorables se relacionan con los personajes a honrar, a celebrar. Ser invitado a una cena donde irá la gobernadora de la ciudad, el director mundial de la corporación donde laboras, etc., hace que te sientas afortunado. Ahora imagina a Jesús como tu invitado de honor. Es más, el Señor Jesucristo vendrá a cenar hoy a tu casa.
En el relato que estudiaremos vemos a Jesús desviándose de su ruta hacia Jerusalén, para saludar a sus amigos que vivían en Betania (casa de dátiles o casa de miseria), esto ocurre a seis días de su muerte y posterior resurrección. Jn. 11.5. Betania estaba ubicada como a tres kilómetros de la capital. Ahí, sus amigos hicieron una cena en su honor. Una muy buena intención. Por cierto, no hay mejor manera de conocer al Señor que invitándolo a pasar a nuestra casa. Él está a la puerta.
Apocalipsis 3. 20 He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Solo desde el dentro nuestro, sabremos lo que significa tener al Rey de reyes operando desde nuestro corazón. Es interesante lo que ocurrió en la cena organizada por Marta, María y Lázaro. Analicemos cómo se comportaron ellos, sus maneras de actuar y sus actitudes.
Padre, gracias porque quieres darte a conocer, estar cerca. Y yo quiero conocerte, saber lo que hay en tu corazón, en el centro mismo de tu voluntad. Estoy atento a tu llamado, a lo que quieres mostrarme, a lo que deseas que yo haga. Quita lo que estorba, para servirte en dónde y cómo tú quieras, en el nombre de Jesús, amén.