UN CORAZÓN CIRCUNCIDADO.

La Palabra de Dios relata que la circuncisión fue la señal del pacto perpetuo que Dios hizo con Abraham y con el pueblo de Israel. En su trato con ellos, Dios mismo les dice en varias ocasiones que también “circunciden su corazón”, dando a entender que dejen de hacer malas obras y cambien las actitudes rebeldes y tercas que le ofenden.

El Señor Jesús enseñó a sus discípulos que lo que contamina al ser humano es lo que hay en el corazón:

Marcos 7. 20-23. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. 21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la sober bia, la insensatez. 23 Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.

Es cuando aceptamos al Señor Jesucristo, cuando ponemos nuestra fe en Él y en su sacrificio redentor, que somos salvados y perdonados, pero también “circuncidados” espiritualmente, al “arrancar” de nosotros la naturaleza pecaminosa, carnal, al identificarnos con su muerte en la cruz.

Colosenses 2. 11. En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo.

Padre, gracias porque ahora tengo esperanza, tengo vida, puedo obedecer. Ya no estoy a disposición de mis miembros, de los deseos de la carne, de lo que no quiero hacer. Limpiame con tu preciosa sangre y con tu palabra. Renuncio a todo deseo y pecado oculto. Hoy decido por ti. Mi vida es tuya. Te la entrego para que la uses conforme al propósito eterno que tienes para ti. Mi corazón ama, siente, desea, como tu corazón y lo único que quiero es ser un instrumento útil, de salvación, de reconciliación. Envíame a mí.  No quiero perder más el tiempo, llévame a donde tú me necesites. En el nombre de Jesús, amén.

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