Hay jóvenes que son sabios y ancianos que son imprudentes e ignorantes. La diferencia la hace la práctica de la Palabra de Dios.
Salmos 119. 97-102. ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.
Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, Porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he entendido, Porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, Porque he guardado tus mandamientos; De todo mal camino contuve mis pies, Para guardar tu palabra.No me aparté de tus juicios,
Porque tú me enseñaste.
Los hijos de Dios enfrentamos el peligro de adquirir mucho conocimiento de la Biblia, pero no practicarlo. Escuchemos al propio Señor Jesús hablarnos de esto:
Mateo 7. 24-29. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Padre, gracias por tu palabra, es mi seguridad, el ancla firme de mi vida. En ella encuentro todas las respuestas, para las situaciones difíciles, para las felices, para el consuelo de mi alma. Gracias porque no me mandaste a adivinar por dónde, de qué manera, porque aquí encuentro todo, te bendigo y te alabo, en el nombre de Jesús, amén.