Lucas 7. 6-7, 9-10. Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; 7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano.
9 Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. 10 Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo.
ES HUMILDE:
“Señor, no soy digno” se lo que te estoy pidiendo, pero comprendo que no lo merezco, que todo es por tu gracia. La humildad es una de las cualidades de una persona de gran fe. El Señor Jesús busca corazones humildes. Hoy miles de personas reclaman… “lo merezco, me corresponde, Dios me lo debe”.
El centurión, un hombre de autoridad y poder, pudo haber dicho: Soy un oficial del imperio romano al mando de legiones de soldados… Sin embargo, no exigió al Señor que fuera a sanar al siervo, por el contrario, reconoció el señorío de Jesús sobre él y le dijo: “no soy digno que entres a mi casa”. Humildad para una gran fe.
La humildad es la cualidad del carácter que nos permite recibir lo que nos permite recibir lo que no merecemos. Nadie merece ser salvo, la salvación es totalmente gratuita. La persona humilde reconoce: “En mi mismo no soy, ni tengo nada, ni puedo hacer nada”; pero alabo al Señor que me da su gracia para recibir lo que tiene para mí. Tengo la fe para recibir por gracia todas sus bendiciones.
Santiago 4. 6. Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
Perdona Padre, la falta de humildad con la que muchas veces me he acercado a ti, pensando que lo merezco todo. En Cristo todo es por sus méritos, por su gracia, soy salvo por tu gracia, como un regalo, no por mis obras, para que yo no me gloríe de nada. Reconozco el señorío de Cristo sobre mi vida y humildemente me postro ante ti, en el nombre de Jesús, amén.