Lucas 9. 56. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.
Nuestro llamado y propósito de vida con Cristo es fructificar, reproducirnos, llevar hijos a la casa del Padre, predicándoles la Palabra y afirmándolos mediante el cuidado personal y el entrenamiento práctico del discipulado. Este megaproyecto está lleno de pequeños detalles que no deben descuidarse. Descubramos las áreas ciegas donde no hemos visto el fruto y corrijámoslas.
En la iglesia hay cosas que hacemos de forma natural, pero otras que requieren hacerse de forma intencional. Nuestros hijos y las generaciones venideras han de ser inspiradas de continuo a servir al Señor, con la pasión y la fe inspirada por Él, para que den fruto.
Nuestra vida de oración, ayuno y lectura de la Palabra deberá traducirse en la transformación de nuestro carácter para asemejarnos cada día más a Cristo; así como en personas nuevas, salvas y afirmadas en Él.
Hechos 1. 4. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
Padre, así como los discípulos se reunieron en el aposento alto a esperar intencionalmente tu promesa y oraron juntos esperando el derramamiento de tu Espíritu Santo, que les daría el poder para salir, predicar, hacer discípulos e impactar al mundo conocido hasta entonces, yo hoy me presento delante de ti intencionalmente para buscarte y clamar por un derramamiento nuevo y fresco en mi vida, para que me llenes de tu pasión, de tu fuego, pues comprendo que nada puedo hacer en mis fuerzas, pero mucho si me rindo y me entrego para que se cumpla tu voluntad y me uses para tu gloria. Heme aquí. ¡envíame a mí! En el nombre de Jesus, amén.