3 Juan 1. 2-3. Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. 3 Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad.
Siglos de religiosidad han dejado en la mente y corazón de millones, la creencia de que ser “pobre” es sinónimo de “santo”. La prosperidad es parte de la naturaleza de Dios y bíblicamente hablando, es la satisfacción de todas las necesidades de la persona (en espíritu, alma y cuerpo), por un Dios y Padre que nos ama y que no escatimó ni a su propio Hijo para salvarnos. Nuestro Padre es pleno de recursos para su familia y para la extensión de su reino. Dios no está en crisis ni en bancarrota. Jesús lo dijo:
Juan 10. 10. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
JESÚS NOS PROMETIÓ UNA VIDA ABUNDANTE: Abundante en revelación, en sabiduría, inteligencia, amor, gracia, paz, alegría, santidad, trabajo, finanzas, generosidad y buenas relaciones familiares e interpersonales. Salud física fuera de lo común, y fruto más allá de toda medida. En pocas palabras plenitud y superávit. ¡Confiemos en la victoria de Cristo a nuestro favor!
Juan 16. 33. Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.
Padre, gracias porque tus deseos y planes para mi vida son de abundancia, de bien, de bendición, de multiplicación. Perdóname por haber pensado que el mal o la pobreza que había en mi vida venían de ti. Reconozco que todo lo bueno viene solamente de tu mano. Hoy valoro y agradezco lo que me has dado y el pacto de bencición que has hecho conmigo, en la sangre preciosa de tu Hijo Jesucristo. Gracias, en el nombre de Jesús, amén.
