Todos hemos nacido físicamente vivos, pero espiritualmente muertos, con corazones engañosos y sin la capacidad de vivir una vida santa, agradable a Dios. La buena noticia es que Dios profetizó que nos daría un nuevo corazón.
Ezequiel 36. 25-26. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Esta profecía se cumplió en Cristo Jesús, en aquéllos que por la fe en su obra redentora, lo reconocemos como Salvador y Señor. Un ejemplo hermoso de conversión, es el clamor del carcelero ante la apertura sobrenatural de la cárcel a donde encerraron a Pablo y a Silas.
Hechos 16. 29-32. El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas;30 y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.32 Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.
Además del perdón de pecados y un cambio de “amo”, lo más importante de la conversión es el cambio de naturaleza espiritual, de pecador a santo, por medio del nuevo nacimiento. Por nuestra fe en Cristo, Dios hizo el milagro de darnos una naturaleza nueva, semejante a la de Él, por lo que ahora somos sus hijos e hijas.
Gracias Padre amado por este milagro tan maravilloso. Aunque no lo puedo ver, lo puedo sentir dentro de mi ser, cómo has cambiado, me has transformado, me has dado un corazón capaz de amar, sentir y desear como tú lo haces. Y además, esta promesa es extensiva a mi familia. ¡Qué descanso, qué seguridad tan grandiosa! Me libraste de la cautividad en la que me encontraba, me diste libertad, una nueva vida y la capacidad para vivirla en victoria junto con mis seres amados, en el nombre de Jesús, amén.