Muchos viven derrotados por la vergüenza, ya sea por sus adicciones y otros pecados secretos que no han podido o no han querido dejar. La vergüenza desarrolla un patrón repetitivo: Me autorrecrimino, experimento un dolor intenso por el pecado cometido; los sentimientos de vergüenza me llevan a pensar que nunca me recuperaré y/o que ni lo merezco. La vergüenza nos hace pensar que somos gente sin valor, sucia de por vida y que nadie nos va a querer.
También pensamos que nuestros pecados arruinaron la reputación de nuestra familia. Si el dolor del pasado se convierte en nuestra identidad presente, el ciclo de la vergüenza ya cobró una víctima más. Es como cuando te rascas un granito en la piel repetidamente, que sigue sangrando y no lo dejas sanar. Nunca olvidemos que tenemos al Señor que pagó y paga por nuestros pecados.
VERGÜENZA: Del griego aischynomai, que significa “desfigurar”, en términos
comunes, “desgraciar a alguien”. Sentir vergüenza es sentirse desgraciado por lo que hicimos o por lo que nos hicieron. Es vivir estropeado por el daño que cometimos o que cometieron contra nosotros. La vergüenza malogra, echa a perder la vida de personas que cayeron en deshonra.
EL LENGUAJE DE LA VERGÜENZA:
• ”Soy responsable de lo que me pasó, hice algo para provocar el abuso que sufrí”.
• “Soy una persona sucia y vil, no soy dign@ de ser amad@”.
• “Soy inaceptable para Dios, y para los demás”.
• “Soy un fracaso, no sirvo para nada, soy mal@”.
Padre, gracias por librarme de la culpa y la vergüenza, que me han hecho vivir centrado en mí mismo, en mi problema, mi necesidad, mi culpa. Hoy renuncio a ello y acepto el sacrificio de Jesús como suficiente para ser libre. En el nombre de Jesús, amén.