El pecado es una fuerza negativa que siempre divide, separa y anatagoniza. Por esta razón, el objeto de la salvación es reconciliar y unir, restaurando la unidad entre el ser humano y Dios, y entre nosotros. Y la congregación es el cuartel general donde tomamos juntos la Palabra, la fuerza y la dirección del Espíritu Santo, para salir y hacer discípulos a donde nos movemos diariamente cada uno.
Requerimos ser certeros en la oración y en las acciones que llevemos a cabo, permitiendo la manifestación del Espíritu Santo siempre.
En la unidad hay diversidad, no uniformidad. Las partes del cuerpo de Cristo no se parecen, no funcionan igual, pero todas son necesarias, importantes e interdependientes. La unidad en el Espíritu hace que todos funcionemos para el mismo fin. Dejemos que la cabeza gobierne y cumplamos los propósitos salvadores del Señor en esta hora de la historia donde nos ha permitido fructificar. ¡Todo para su gloria! ¿Te vas a activar a la función que diseñó para ti?
1 Pedro 4. 10-11. Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. 11 Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Padre, gracias porque me permites formar parte del cuerpo de Cristo, porque me revelas mi propósito y mi lugar en él. Reconozco que necesito la diversidad de cada uno de ellos, que nos complementamos con nuestras diferentes funciones y que nos necesitamos para llevar a cabo tus planes para la salvación de la humanidad. Perdóname por no haber respetado y honrado estas diferencias, ayúdame a ver a los demás como superiores a mí mismo, en el nombre de Jesús, amén.