Caemos en tentación cuando no nos saciamos del alimento que Dios nos da, o cuando tenemos hambre. Si comiésemos regularmente la Palabra de Dios, no cederíamos a la tentación. Nuestros ojos se abren a aquello de lo que nos alimentamos: Cuando Adán y Eva comieron de ese fruto, sus ojos espirituales se abrieron al bien y al mal. Cuando Jesús nos alimenta, es para que nuestros ojos espirituales sean abiertos a la verdad que nos hace libres..
Génesis 3. 22. Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.
Al conocer el bien y el mal, el ser humano se volvió “su propio dios” y entró en DESACUERDO con el Creador. La serpiente convenció a la criatura de querer ser como Dios, de ponerse al nivel del Creador y hacerlo a un lado. Hoy, el ser humano decide su parecer, lo que es bueno y lo que es malo, sin tomar en cuenta al Señor. La sociedad considera que puede tener éxito sin Dios, o incluso oponiéndosele. “El hombre se cree dios”… ¡Qué engaño!
Cuando Adán y Eva le creyeron al diablo, se rompió el acuerdo entre Dios y el ser humano, DE SER SU REFLEJO en la tierra. El ser humano perdió la paternidad de Dios, lo reconoce sólo como Creador o incluso lo niega.
Al perder la paternidad divina, PERDIÓ su IDENTIDAD y comenzó a vivir con una imagen falsa. Las consecuencias del pecado no terminaron ahí: Perdida la identidad, se perdió el sentido de hermandad; por eso Caín mata a su hermano Abel. Perdió el vínculo familiar y comunitario, ya no amó a su prójimo tampoco; por eso hay tantas guerras y genocidios.
Padre, solamente tú con tu infinito amor podías tener una salida para tanta perdición. Gracias porque no permitiste que tus planes fueron arruinados y no deseas que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento, eres paciente para cada uno. Con amor eterno nos has amado y nos prolongaste tu misericordia. En el nombre de Jesús, amén.