La que le otroga a Dios el derecho de ordenar su vida, así de sencillo y así de complicado. Hemos confesado innumerables ocasiones que ya no nos pertenecemos, que fuimos comprados a precio de su Sangre, que nuestro Dios tiene derecho total sobre nosotros… Esta lealtad la sustenta nuestra fe, el principal impulsor de la obediencia. Cultivemos la siguiente verdad: El Señor es nuestro Padre, pero también es nuestro Señor, amo y dueño de nuestra vida.
1 Corintios 6. 19-20. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Tenemos una familiaridad con Dios, que nunca debe disfrutarse demasiado. Si el Señor es nuestro Rey, su voluntad jamás será cuestionada: cada una de sus palabras es buena, justa, perfecta y adecuada para nuestro mejor vivir. Él tiene derecho a decretar y mandar lo que le plazca, así como a corregirnos
Padre, gracias porque aunque ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza, yo sé que produce frutos apacibles de justicia cuando soy ejercitado en ella. Por eso levanto mis manos caídas y las rodillas paralizadas y hago sendas derechas para mis pies, para no salir del camino y ser sanado, en el nombre de Jesús, amén.
