Todos alguna vez hemos estado cerca de un amargado… ¡Cómo envenena el ambiente con sus quejas, insatisfacciones, enojos y críticas! El amargado vive hoy el recuerdo constante de su dolor. Como dice Romanos 3.14: Su boca está llena de maldiciones…
Sabemos de la conexión que existe entre lo que sale de la boca y lo que abunda en el corazón, así que el diagnóstico de lo que sucede en la persona se reconoce por lo que dice. Las heridas infectadas del corazón son el sustrato de las raíces de amargura y LA AMARGURA ES UN COCTEL DE IRA Y DOLOR QUE MATA.
A menos que el Señor Jesús intervenga con su amor y su perdón, las heridas del alma continuarán albergando emociones negativas: ira, resentimiento, rencor, dolor, odio, deseos de venganza; etc., y la amargura seguirá envenenando la existencia propia y la de los que nos rodean. En Hechos 8.23, Pablo describe a Simón el hechicero en un estado de “hiel de amargura y prisión de maldad” que lo llevó a querer comprar el don del Espíritu Santo con dinero.
Padre, gracias porque tú tienes respuesta para todo lo que necesito para ser feliz. Hoy pongo delante de ti el estado amargado de mi corazón. Te pido que tu Santo Espíritu me guíe hoy a la libertad, para que pueda deshacerme de toda amargura y vivir la vida plena que Jesús gañó para mí en la cruz. En su nombre, amén.
