Nuestras mentes finitas no pueden imaginar la riqueza y el esplendor de Cristo en el cielo, solo el Espíritu Santo puede revelárnoslos. Para que Cristo nos redimiera, tuvo que dejar su gloria, belleza y majestad.
2 Corintios 8. 9. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
Habiendo cumplido su misión salvadora, Cristo regresó al cielo exaltado al máximo lugar de eminencia y con una mayor riqueza: La multitud de hijos e hijas a quienes salvó.
Hebreos 2.10. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.
Nosotros también recibiremos tesoros mayores, al ceder nuestros derechos a las posesiones terrenales, para hacernos tesoros en el cielo: Ej. El joven rico tenía su corazón atado a sus bienes…
Mateo 16. 24. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.
Padre, te lo entrego todo. Tuyo es mi mundo. Ven respira vida en este corazón. Así como mi jesús, quien no estimó el ser igual a ti como cosa a qué aferrarse, hoy me despojo de todo. En el nombre de Jesús, amén.
