La sumisión es un concepto hermoso cuando se usa como Dios manda. ¿Cómo me beneficia someterme a Él? Comprendiendo que todos sus mandamientos son para mi beneficio. Someterme no significa convertirme en alguien que otros pisoteen. La sumisión no significa ser esclavos, ni es algo que deba imponerse. La sumisión es un acto de mi voluntad. Sometámonos primero al señorío de Cristo y a las personas que Él nos pide someternos.
Filipenses 2. 3-4. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; 4 no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
Al vivir en sumisión mutua con los hermanos, me beneficiaré de lo que Dios me habla través de ellos y contribuyo a tener una iglesia o una familia fuerte y unida. Dios nos anima a través de las palabras y acciones de otros.
Romanos 13. 2-7. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. 3 Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; 4 porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. 5 Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.
Gracias Padre por tu Espíritu Santo en mi vida, quien me guía a toda verdad y me fortalece para obedecerte siempre primero a ti y discernir hata dónde debo obedecer, sin desobedecerte a ti. Ayúdame y enséñame a caminar en tu verdad, en el nombre de Jesús, amén.
