HUMILDAD es entonces la virtud con la que contrarrestamos el orgullo, raíz de toda corrupción y depravación. Humildad es la actitud del corazón que reconoce su dependencia total en Dios y que se rinde a su voluntad siempre.
Sin humildad no podemos ver nuestra condición espiritual verdadera, y por ende no le pediremos a Dios ayuda para cambiar. Solo con humildad nos percataremos que el amor se ha enfriado y que necesitamos más fe. Pero la humildad va más allá de esto, debe convertirse en nuestra forma de vida
Zacarías 9. 9. Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.
Como la humildad trae la gracia a nuestra vida, la humildad se convierte en la estructura que sostiene nuestra santificación, para ser como Cristo.
El Espíritu Santo tiene como una de sus tareas, revelarnos nuestro pecado, no para condenarnos, sino para darnos cuenta de la necesidad de una humildad profunda.
2 Corintios 10. 3-5. Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 4 porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, 5 derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.
La santificación es en realidad la muerte diaria al orgullo. Si el Espíritu Santo no nos iluminara con la verdad de la Palabra, no nos daríamos cuenta de la perversidad de la vieja naturaleza; y nos convertiríamos poco a poco en “fariseos cristianos,” gente hipócrita que por fuera se muestra santa, pero por dentro sigue practicando diversas formas de inmundicia
Gracias Padre, porque tú habitas con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el corazón de los quebrantados. Perdona todo el orgullo, el egoísmo, la vanagloria en la que he vivido, me arrepiento. Solo tú puedes limpiarme, en el nombre de Jesús, amén.