Jesús entró montado en un burro a Jerusalén, lo que se conoce como su “entrada triunfal”, cumpliendo la profecía de:
Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.
Zacarías 9.9.
La gente lo alabó. Esta entrada en Jerusalén significó el principio del fin. Jesús visitó el templo y luego regresó a Betania. Era el 10 de Nisán cuando se seleccionaron los corderos pascuales. La entrada de Jesús a Jerusalén en este día fue su presentación como el cordero pascual de Israel, que muy pronto quitaría los pecados del mundo, como lo profetizó Juan el Bautista.
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Juan 1.29.
La entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén conmovió a toda la ciudad. Muy pocos entendían lo que estaba sucediendo, pero estaba a punto de llevarse a cabo el mayor acto de amor y salvación para la humanidad.
Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!10 Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? 11 Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.
Mateo 21. 9-11
Padre, gracias, gracias, gracias, porque tu presencia en mi vida me conmueve hasta las lágrimas. Cada vez que reflexiono en
este acto de amor, en este sacrificio tan grande, mi corazón se inclina ante ti y agradece esta entrada del Rey de reyes y Señor de señores a su inmolación como el Cordero de Dios. Renueva en mi el gozo de tu salvación, al recordar lo que solamente tu corazón conocía en esos momentos. Fuiste ungido en Betania para tu sepultura. Nadie te quitó la vida, tú la entregaste por amor a mi. En el nombre de Jesús, amén.
